1. Amanecer de fuego en Gríndavik
En la madrugada del 14 de enero, una sucesión de hasta 200 sismos indicaban que una erupción volcánica era inminente en la superficie cercana a Gríndavík, ciudad costera del sudoeste de Islandia. A las tres de la mañana sonaron las alarmas despertando a la población.
Cuatro mil personas fueron evacuadas en el medio de la noche, probablemente con el sueño interrumpido y estremecidos frente a los reportes de la Oficina Metereológica de Islandia, los que indicaban un peligroso ascenso de magma.
En pocas horas fueron ubicados en un lugar seguro. Ya no estaban en sus hogares a las 7.57 cuando la tierra se abría y brotaba un río de lava que crecía hacia las afueras de la ciudad; no estaban ahí al mediodía, cuando la lava de una segunda fisura devoraba algunas casas y calles.
2. De Tucumán, al extremo norte del planeta
Meses antes, el equipo del Observatorio Astronómico de Ampimpa llegaba a Islandia para iniciar una apasionante expedición de turismo científico. Veintiséis viajeros argentinos de todo el país, acompañados por profesionales de ciencia, integraron la segunda de tres tandas de expedicionarios que se sumaron a una odisea de ciencia y aventura realizada entre septiembre y octubre de 2023; en el primer desafío internacional de esta prestigiosa institución privada del norte argentino.
“En Islandia emerge la dorsal Meso atlántica donde se separan las placas tectónicas euroasiática y norteamericana y es una de las regiones volcánicas terrestres más activas del mundo” Dice Alberto Mansilla, director del Observatorio y líder de la expedición.
“Eso, sumado a la presencia de los glaciares más grandes de Europa, la cercanía con el Polo Norte, los géiseres y el espectáculo de las auroras boreales, convierten el territorio en uno de los laboratorios naturales más importantes para la ciencia y el turismo a nivel internacional”.
Los expedicionarios arribaron a la isla luego de un día de viaje entre aeropuertos y vuelos, cubriendo una distancia de más de 14 mil kilómetros desde el sur del planeta hasta ese sitio en el extremo norte del mundo: un territorio hostil y volcánico a solo 40 km del Polo norte.
3. La peligrosa DisneIslandia de los volcanes
En una de las jornadas de esa expedición, una luminosa mañana de septiembre, el grupo visita al prestigioso “museo de lava” en la localidad de Hvolsvöllur, a menos de dos horas de Grindavík.
En el gran salón del Lava Centre, un moderno e interactivo centro de divulgación científica, el encargado de recibir a la expedición argentina es Víctor Soares, un joven geólogo brasilero enamorado de los volcanes.
El especialista confiesa que para él, vivir en Islandia es un sueño. Aunque ama su país, ni la salvaje selva ni el caudaloso Amazonas le eran suficientes: necesitaba las erupciones volcánicas y decidió ir a buscarlas.
“Para un geólogo esto es 'Disney-Islandia'”, bromea Víctor. “Es un gran paraíso geológico”, agrega. Luego, junto con el grupo de viajeros, rodea una enorme maqueta digital de la isla, plagada de volcanes y glaciares. Sonríe, está a punto de iniciar su charla.
Los rodean paneles digitales que monitorean la actividad sísmica de este territorio donde ocurren cientos de temblores por día, 500 por semana aproximadamente.
4. El espinazo del Atlántico
Durante el viaje alrededor de Islandia y frente a cada nuevo conocimiento adquirido, Alberto subraya con entusiasmo el valor científico del lugar: “Venir a Islandia es entender cómo se conformó el planeta”, resalta Mansilla. “Aquí se dan procesos similares a los que se dieron hace millones de años durante la formación de la corteza terrestre y los continentes. Es una isla creciendo”, resalta.
Luego describe inmensos procesos naturales como si se trasladara a través del tiempo alrededor de un planeta enérgico y hermoso: el núcleo de la Tierra, un corazón rojo, de hierro fundido a 4 mil grados centígrados; el manto que lo rodea; los bloques de la superficie desplazándose.
Torrentes de magma que fluyen como escultores de fuego. Volcanes escupiendo roca líquida que luego será corteza terrestre, el suelo que pisamos: la superficie donde coexistirán las aguas, los continentes y la atmósfera; donde estará ubicada la vida.
Enormes placas emergentes y submarinas en constante movimiento, que colisionan donde se levantan los Andes, que se separan donde nace la dorsal Mesoatlántica: la cordillera submarina que recorre el Atlántico de extremo a extremo, el espinazo del océano.
Una estructura gigantesca que asoma a la superficie solo en Islandia, en el legendario valle Thingvellir. Ahí, en un radio de 20 km, pueden verse los procesos geológicos que separan la placa norteamericana de la euroasiática partiendo la isla en dos continentes.
5. Un país sobre lava
En el Lava Center, Víctor explica que esta separación de placas es una de las causas del intenso vulcanismo de la región, donde las erupciones se producen aproximadamente cada dos años. Apenas unos meses después, los episodios volcánicos de la localidad de Gríndavik confirmarían la estadística la mañana del 18 de diciembre y la dramática madrugada del 14 de enero.
Vivir en Islandia no es vivir entre volcanes, es vivir sobre ellos. En una superficie igual a la mitad de Córdoba, la isla alberga más de 120 volcanes, 30 de ellos activos. Experimentar estos colosales fenómenos naturales forma parte de la vida cotidiana de los islandeses y de la historia de su pueblo: avalanchas de lava entrando por los barrios como una de las formas de la cotidianeidad.
“Todas las poblaciones del país están asentadas sobre material volcánico y tienen algún volcán en las cercanías”, explica José Pablo López, tucumano, Doctor en Geología, docente de Universidad Nacional de Tucumán y parte del equipo científico de la expedición. “Potencialmente, todas están expuestas”.
Una sociedad entera montada sobre inquietantes corrientes de magma: el suelo funcionando como en otra era geológica.
6. Una isla que crece
En el valle donde se separan las placas continentales se encuentra actualmente el Parque Nacional Thingvellir. El contingente argentino guiado por el Observatorio lo visita unos días antes del Lava Centre. El lugar se encuentra invadido por decenas de turistas recién desembarcados de un crucero.
“Ahora estamos caminando sobre grietas de la placa norteamericana”, explica López a su grupo. “La placa euroasiática se encuentra del otro lado del graben –depresión en el terreno flanqueada por las paredes de fracturas-. Se encuentra a unos 20 kilómetros, aunque para la foto no está mal si queremos jugar a tocar una pared y la otra como si tocáramos un continente y otro”, bromea, señalando un sendero entre paredones de roca.
Mientras transitan entre esos grandes barrancos de lava, López desglosa lo que se lee en las piedras: una bolsa de magma, originada entre las placas, se fue elevando a medida que se separaban desde hace 20 millones de años atrás y la isla se fue formando. Actualmente la separación continúa y la isla crece 2,5 cm por año.
7. Un punto caliente
A unos metros, algunos de los turistas del crucero, eufóricos, intentan devorarlo todo con las cámaras de sus celulares.
“En Islandia se dan dos procesos de generación de magma: las placas que se separan provocando el ascenso del magma entre ellas y una “pluma mantélica” o “hot spot”, explica López a punto de sintetizar unas de las claves que convierten ese país en la “Disney-Islandia” de los vulcanólogos.
Mientras tanto, los “turistas eufóricos” del crucero, ya lejos y trepados a una roca, se esfuerzan por exprimir el lado más “instagrameable” de esa grieta descomunal donde el mundo se divide. Se retuercen de formas excéntricas, según la conveniencia de la selfie.
8. Habitar dos mundos
López continúa: “La pluma mantélica es una estructura que se desarrolla en el manto terrestre, por debajo de la corteza y genera altas temperaturas, transmitiendo energía desde los sectores más profundos del planeta hasta la superficie: un tubo de alta temperatura”, simplifica el geólogo.
Los “turistas eufóricos” corren de una pared basáltica a la otra como quién pasa de Norteamérica a Europa en cuestión de segundos. Y registran con sus celulares esa astucia.
Pareciera haber algo interesante ahí, en el juego de habitar dos continentes, como una síntesis de las formas en las que existimos: un corazón en el mundo material, otro en las pantallas.
Hay algo de belleza en la escena: los turistas como espectros de colores a medio camino entre dos mundos, pisando la roca sólida mientras alimentan el yo de sus geografías digitales.
9. El inconmensurable poder del planeta
Los viajeros de la expedición escuchan al geólogo con atención: “El vulcanismo en Islandia es impactante porque en una superficie muy reducida, confluyen dos de los tres titánicos procesos de generación de magma que existen: separación de placas y una pluma mantélica –grafica el geólogo-. El tercero sería la colisión de placas, como sucede en los Andes. Esto es lo que explica la impresionante actividad volcánica de la isla”.
Cuando José Pablo cierra su exposición hay un cruce de miradas de confirmación entre los viajeros. Luego, se dispersan lentamente y continúan la marcha por la enorme grieta entre los muros basálticos. Con el conocimiento encima, el paisaje se transforma en otra cosa.
Probablemente ahora se adviertan caminando sobre el lomo emergente de una colosal cordillera submarina o intuyan ríos de fuego rugiendo bajo la roca negra que pisan. Ahí, en Islandia, al menos por un momento, quizás para siempre, tal vez comprendan el poder inconmensurable del planeta.
10. El sonido de las entrañas de la Tierra
Cuando llegan al Lava Centre, días después de Thingvellir, el grupo observa la maqueta digital de la isla y reconoce los procesos detallados anteriormente por José Pablo en las secuencias animadas en la pantalla.
Víctor enseña la línea de separación placas; los fiordos de este y oeste alejándose por el ascenso de magma. Islandia acrecentándose. Procesos geológicos de millones de años sucediendo en apenas unos segundos digitales. Víctor se divierte. Le brillan los ojos cuando opera la pantalla, se para frente a ella como una deidad admirando su “paraíso volcánico”.
Iluminado por el enorme mapa ante él, enumera las erupciones más violentas mientras señala volcanes sobre el mapa. Habla del volcán Laki, cuyas cenizas impidieron que la luz del sol atraviese la atmósfera y hubo descenso de la temperatura global y una hambruna generalizada Europa; menciona al gran Eyjafjallajökull que paralizó el tráfico aéreo europeo por dos semanas. Y la lista continúa.
En Julio de ese año, luego de una caminata de seis horas, Víctor contempló su primera erupción. La vio con sus propios ojos pero lo conmovió más escucharla con sus propios oídos: “El sonido es impresionante, no es posible describirlo”. Lo dice y se toma el abdomen con las manos: quizás para graficar la sensación que provoca escuchar cómo suenan las entrañas de la Tierra.
11. “Decimos ‘¡Wow! It’s cool’, y seguimos”.
Las erupciones no se pueden predecir. Pero Islandia posee un estricto sistema de monitoreo que permite prevenir sobre posible actividad volcánica. Los islandeses siguen con rigurosa atención la información de las agencias de monitoreo tanto de actividad volcánica como climática. En determinadas ocasiones, su vida puede depender de ello.
“¿What is it like to live with volcanoes?”, exclama Selma Fridriksdottir, islandesa, integrante del staff del Lava Centre, ante la inquietud sobre cómo viven los islandeses su vida entre volcanes.
Responde en inglés, el segundo idioma de la isla luego del islandés nativo: “Es normal para mí, crecí aquí. Entonces, si hay una erupción, no hago nada diferente; pienso ‘It’s cool’, y simplemente sigo adelante”.
Selma lo dice sin ánimo de broma, con una suave seriedad nórdica en la voz. Es expeditiva: transmite un dato. Y en ese dato, quizás, hay un signo del carácter islandés, su capacidad de adaptación, superación y fortaleza; acostumbrados a convivir con el indómito poder de la naturaleza.
12. La bestia dormida: el Hekla
A solo 36 kilómetros del escritorio donde Selma despliega su templanza islandesa, se levanta el volcán Hekla, “el más activo y uno de los más peligrosos”, afirma José. Un volcán explosivo capaz de lanzar nubes de ceniza y gases a la estratosfera, como sucedió en el año 47, cuando las columnas gaseosas alcanzaron los 30 km de altura.
Desde la terraza del Lava Center se lo divisa imponente sobre el horizonte. Su última explosión ocurrió en el año 2000. La Oficina Meteorológica de Islandia intensificó el monitoreo pero sus erupciones suelen ser sorpresivas, pueden suceder menos de una hora después desde que se detectan las primeras señales de alarma.
El volcán se levanta en el horizonte como una montaña violeta apenas nevada, la fisura bordeando la cima. Abajo el campo es verde, abarrotado de silo bolsas que guardan el heno para alimentar a las ovejas en invierno. Se ven granjas, casas, personas: plácidas vidas cotidianas en apariencia inalterables.
“Es como vivir al lado de un monstruo dormido”, repetirán luego algunos expedicionarios. Y uno imagina que de pronto, con lentitud somnolienta y un sonido estremecedor, se levanta un párpado de piedra en la ladera; el suelo tiembla y una inmensa cresta de lava se enciende en la curva de la cima. La fantasía es aterradora pero la vista desde la terraza del Lava Centre lo es más aún: porque los volcanes existen.
En Islandia la Tierra se muestra pura y majestuosa: colosales fuerzas naturales moldeando las formas de un planeta vivo.